Miguel Echeveste, concertista de órgano (I)
Miguel Echeveste Arrieta (1893-1962)1 es considerado como uno de los más destacados organistas españoles de la primera mitad del siglo XX. En esta serie de artículos presentaremos una descripción de su carrera concertística a la luz del tratamiento recibido por parte de la prensa de la época.
La actividad concertística de Echeveste, al igual que sus facetas de compositor y profesor, debe ser encuadrada en el movimiento de resurgimiento del órgano que se da en Francia y Bélgica desde la segunda mitad del siglo XIX. Echeveste se forma en Madrid con Gabiola -formado a su vez en Bruselas- y luego vive en París en la época de mayor esplendor organístico de esta ciudad. Su concepción de la interpretación, de la elección del repertorio y de cómo abordar el mismo hecho del recital de órgano está necesariamente influida por esta experiencia.
En Francia ya había emergido la figura del intérprete virtuoso que, además de intervenir en el culto, desarrollaba una más o menos asidua actividad de conciertos. En España, sin embargo, la función litúrgica seguía siendo en la práctica la única posibilidad profesional, dejando aparte los muy contados casos de profesores del instrumento que trabajaban en centros oficiales de enseñanza musical. Así, con ocasión de un concierto en San Lorenzo de Pamplona en 1917, el todavía joven estudiante Miguel Echeveste fue ocasión de sorpresa para el cronista Celesta, quien percibió como algo inhabitual que este “simpático lesacarra”, en su condición de seglar, se hubiera entregado exclusivamente al estudio del órgano2. Hay que tener en cuenta además que desde el Concordato entre la Santa Sede e Isabel II firmado en 1851 las principales organistías recaían en clérigos. Por esta razón el oficio de organista, en el caso de los seglares, se circunscribía al ejercicio en parroquias donde la modestia de los emolumentos obligaba muchas veces a ejercer paralelamente otra profesión. De ahí que el articulista se sorprenda de que un joven de gran talento como Echeveste hubiese elegido el órgano y no “el piano o el violín, pensando en la contrata de un cine”3.
Respecto a la interpretación de conciertos, según testimonio de Norberto Almandoz todavía en 1962 existía en España la prohibición por parte de los obispos de que se celebraran actos de este tipo en las iglesias, exceptuando los casos de inauguración de nuevos instrumentos en los que tras la bendición del órgano tenía lugar un recital4. Otro ejemplo de estas limitaciones encontramos en relación a Unos conciertos ofrecidos por Echeveste en la iglesia del Perpetuo Socorro de Madrid en abril de 1943. Sin embargo no está claro con qué grado de firmeza se aplicó esta normativa. Es significativo que, según el mismo testimonio de Almandoz, el ya para entonces experimentado conocedor de la realidad organística Miguel Echeveste se ofreciera repetidas veces en los años previos a la guerra civil para dar recitales nada menos que en la Catedral de Sevilla. En la misma dirección apunta la prolija actividad concertística que antes de Echeveste desarrolló su profesor Bernardo Gabiola5. Sabemos por otra parte que en las primeras décadas del siglo XX se celebraron en España diversos conciertos de órgano ofrecidos por la generación de organistas que se ha dado en llamar “del Motu Proprio”6. Estos conciertos tenían lugar, además de en las inauguraciones de nuevos órganos, como parte del programa de actos de los diversos congresos de música sacra que se celebraron durante la primera mitad del siglo XX7.
A Echeveste le cabe el indudable honor de haber sido el primer organista que ofreció un concierto, en el sentido estricto del término, en la ciudad de Madrid. A juzgar por las crónicas contemporáneas, los dos recitales que dio Echeveste en la iglesia de San Francisco el Grande en mayo y noviembre de 1919, organizados por la Sociedad Nacional de Música, significaron toda una novedad en la vida musical de la capital. Así se expresaba el diario La Jornada:
Otro aplauso incondicional hemos de tributar hoy a la Junta directiva de nuestra Sociedad Nacional de Música por haber franqueado un camino hasta hoy inexplorado para los aficionados madrileños8.
Especial interés revisten los testimonios del conocido crítico Adolfo Salazar. En el artículo que publicó en El Sol al día siguiente del primer concierto da cuenta del entusiasmo que había despertado la iniciativa, así como de su importancia para la vida musical madrileña:
Con el concierto de ayer realiza la Sociedad Musical de Música Uno de sus más caros proyectos: el de comenzar en Madrid el cultivo de la música orgánica, venero riquísimo, donde se conservan intactas obras de un valor inestimable, copia abundantísima de las más intensas inspiraciones de todas las épocas y escuelas9.
Este interés por escuchar el órgano en momentos donde el centro de atención fuese la música interpretada y no tanto la liturgia en que ésta se inserta planteó inevitablemente la cuestión de la relación entre el órgano y el templo, entre el potencial artístico y cultural del instrumento y los condicionantes derivados de su especial ubicación. A juzgar por la crónica de Salazar, estos primeros conciertos vieron la luz en medio de tal problemática:
En diversas ocasiones, Miguel Salvador –presidente nomen et omen de la Sociedad- pregonaba la necesidad y aguijoneaba el estímulo de los pudientes, de organizar en Madrid la campaña del “órgano laico”, esto es, del “órgano de concierto”, donde fuese posible el cultivo de este género de música, y lo hacía al mismo tiempo que intentaba mostrar la riqueza de la música de órgano de Juan Sebastián Bach, lamentablemente desconocida10.
Salazar se quejaba de que en Madrid, a diferencia de lo que sí ocurría ya en otras ciudades españolas, no existía ninguna sala específicamente destinada a la celebración de conciertos y dotada de un órgano propio. Esta carencia reducía mucho el número de ocasiones para escuchar la música de órgano. Por otra parte, los responsables de las iglesias de Madrid no se mostraban muy favorables a la organización de conciertos en sus templos:
(…) había además la dificultad de la resistencia eclesiástica a prestar sus órganos para otros fines que no fueran los de los oficios divinos. De vez en cuando, y bajo el título de “pruebas de órgano”, algún artista conseguía realizar un recital, pero esto tan de tarde en tarde y tan en privado, sin sujeción posible a un método, que el resultado cultural era prácticamente nulo11.
Pese a estas dificultades, el proyecto de Miguel Salvador pudo hacerse realidad gracias a la actitud finalmente favorable de las autoridades de San Francisco el Grande (eclesiásticas y civiles, pues de ambas dependía este templo). No obstante, y como era norma en las iglesias, el agrado del publico no se expresó con aplausos y, a juicio de Salazar, “la conducta correctísima de los asistentes comprobó la posibilidad de verificarse esta clase de fiestas en lugares sagrados”.
En un artículo aparecido después del segundo de los conciertos Adolfo Salazar abordaba más detenidamente la cuestión del órgano en la vida musical madrileña. Se preguntaba cómo ninguna de las sociedades musicales de Madrid “que poseen fuertes cuentas corrientes” había reparado en los beneficios que les podría reportar, a su juicio, el costearse su propia sede -de la que al parecer carecían entonces- y dotarla de un órgano propio. No se olvidó de incidir nuevamente en la cuestión del órgano y la Iglesia:
Una enorme riqueza permanece desconocida, porque el órgano es un instrumento litúrgico, y precisamente gran cantidad de esa música no es de iglesia, sino música de concierto, música profana. Este es el llamado problema del “órgano laico” 12.
Igualmente se volvía a mostrar disconforme con la escasez de oportunidades de escuchar la música de órgano que a su juicio se daba en España:
En Alemania, en Suiza, en Inglaterra, en los Países Bajos, en Francia, no existe tal problema, porque el concierto de órgano, ya solo, con coros o con orquesta, es práctica natural y corriente. Pero en España, en Madrid, sólo en las llamadas “pruebas de órgano”, en alguna festividad religiosa o, aún más raras veces, con carácter reservado y particular, era posible oír a Bach, a Franck, al Mendelssohn organista, a los organistas modernos en su abundante repertorio13.
No es difícil percibir un trasfondo ideológico en la ironía con que se conduce en esta cuestión:
La Sociedad Nacional de Música lleva a su cabeza a un partidario fervoroso de la música de órgano, ejecutante a sus horas. Su preocupación era instalar en Madrid esta clase de conciertos, y mientras llega el momento de poseer un “órgano laico”, conseguir que se permitiese el acceso de sus consocios en algún templo donde se comprendiese que el honrar unas horas a la música no era mancillar la santidad de la casa14.
Adolfo Salazar | Miguel Salvador en 1910 |
Este deseo de escuchar los órganos más allá de sus intervenciones en el culto divino no era una aspiración exclusiva de los ambientes intelectuales de izquierdas desafectos al catolicismo en los que militaba Salazar. Desde Unos presupuestos ideológicos bien diferentes Ángel Mª Castell expresaba en la revista Blanco y Negro su satisfacción con la iniciativa:
(…) De música, un admirable concierto de órgano, organizado por la Sociedad Nacional, en el coro del templo de San Francisco el Grande, con el concurso del maestro Echeveste como organista. Esta fiesta implica una loable innovación en nuestras costumbres. Los conciertos de música sagrada en las iglesias, que son las que poseen los mejores órganos, y en las que el recogimiento es el más apropiado para paladear las delicias del divino arte, son frecuentes en el extranjero. La piedad es compatible con el arte, que es obra de Dios15.
Todavía más entusiasta se mostraba Castell después del segundo concierto de Echeveste, haciendo votos por repetir en el futuro la experiencia y desactivar recelos a su juicio no justificados:
Nota artística interesante ha sido la ofrecida por la Sociedad Nacional de Música: un concierto de órgano, en San Francisco el Grande, con el notable maestro Miguel Echeveste como ejecutante. Ya en la última primavera se dio análogo festival en el mismo templo, cuyo órgano es Uno de los mejores que tiene Madrid; pero como también los hay excelentes en otras iglesias y el culto al divino arte se extiende, es cosa de que los directores del encauzamiento de la afición filarmónica, tan provechosa para la obra cultural, vayan pensando en la tarea de deshacer escrúpulos, preocupaciones y rutinas hasta conseguir que el inmenso tesoro de música sagrada se oiga allí donde tiene su ambiente para donde la inspiración de sus genios creadores la concibió. Lo que en ricos y monumentales templos extranjeros se hace a la mayor gloria de Dios y del arte músico, divina creación suya, puede y debe hacerse en España, cuyo espíritu religioso, con ser grande, no supera al de algUnos de los países que celebran suntuosos conciertos de música sacra en sus magníficas catedrales16.
Más sorprendente aún pudo haberle resultado a Salazar la coincidencia que con sus planteamientos manifestaría un artículo publicado años después, en plena guerra civil y nada menos que en Burgos -capital entonces de la zona nacional-, a propósito de un concierto de Echeveste a beneficio del Requeté:
Los prejuicios tan generalizados desgraciadamente aún en muchas capitales de España, de que el órgano es instrumento exclusivo de iglesia, quedaron ayer plenamente deshechos cuando el alma de un artista de tal categoría sabe comunicar al público con tan formidable programa, todo lo grande, majestuoso y bello de que es capaz el rey de los instrumentos17.
En todo caso, el párrafo final sugiere que tras la pluma del cronista lo que se adivina no es tanto el fervor netamente católico de los combatientes carlistas beneficiarios del recital como un espiritualismo de contornos menos definidos:
Sesiones como ésta, de cultura elevada y de formación artística y espiritual, debieran organizarse con más frecuencia en nuestra ciudad para la educación del pueblo, ennoblecimiento del corazón, enseñanza de las posibilidades del arte que trasciende de la materia para remontarse a las regiones serenas del espíritu –porque el arte no es fango, no es materia que degrada, sino ideal que ennoblece y vivifica- en medio de tanta frivolidad de cine, de revista, de música negra... ¿Será verdad que nos vamos a renovar?18
Las dificultades que percibía Salazar para organizar conciertos en Madrid no parecen haberse dado en igual medida en Navarra, por lo que seguramente no se trataba tanto, o al menos exclusivamente, de un problema canónico-pastoral sobre el uso del órgano en el templo como de una cuestión de tradición musical organística de cada lugar. Como más tarde se verá, Echeveste no pareció encontrar muchos problemas para ofrecer conciertos en iglesias de Navarra desde los primeros momentos de su carrera, sin que tales recitales estuvieran justificados necesariamente por ningUno de los motivos citados (inauguraciones de órganos o congresos de música sagrada).
Sí es verdad en todo caso que en la celebración de conciertos de órgano solía estar presente, al menos formalmente, el aspecto religioso. De este modo se expresaba el cronista de un recital ofrecido por Echeveste en la Colegiata de Roncesvalles en septiembre de 1934:
El templo hallábase totalmente lleno y la concurrencia, embelesada por el arte del gran concertista, elevaba su espíritu con gran fervor, siguiendo con religiosa atención aquellas plegarias que el órgano magnificado por la ejecución insuperable de Echeveste entonaba en honor de Nuestra Señora19.
No menos lírico se mostraba Regino Sáenz de la Maza con ocasión de los conciertos que Echeveste ofreció en Madrid Unos años más tarde:
Una tradición secular viene asociando su voz [la del órgano] al canto de la Iglesia como la más adecuada para elevar hasta la Divinidad nuestras alabanzas. Si todo género de música es obra de Dios, y fue inventada para su gloria y alabanza, la del órgano parece ser la que más se concierta con el afán metafísico del hombre y con la ardiente necesidad que el alma tiene de dialogar con la Divinidad20.
Las resonancias religiosas de la música de órgano se hacen patentes para algunos incluso en aquellas ocasiones en que el órgano suena en ese contexto “laico” que reclamaba Adolfo Salazar. Así se expresaba el cronista de El Día de San Sebastián después de un concierto ofrecido por Echeveste en la sede del Orfeón Donostiarra:
(…) Un recital de órgano requiere cierto recato personal, un recogimiento íntimo, profundo, místico, que es difícil reconstruir fuera del templo. La mayor parte de la música de órgano se ha escrito para la iglesia y es aquí, en la iglesia, donde se adentra más en el alma el sentido emocional de esa música creada para elevarse por el alto ventanal de las naves al infinito de las esferas celestes...21
Los aplausos del público eran considerados otro elemento sensible dentro del equilibrio entre la dimensión profana del concierto y la sagrada del recinto, sin que parezca haber habido una norma fija al respecto. En general las crónicas aluden a una prohibición explícita o implícita, que no parece haber sido una norma exclusivamente española. La misma actitud se mantuvo en un concierto ofrecido en Bayona por Miguel Echeveste y el barítono Blas Zabalza:
El recital de Miguel Echeveste fue tan admirable que muchísimas personas esperaron la salida del organista a fin de expresarle, en una calurosa ovación, la emoción que, por respeto al lugar sagrado, no habían podido exteriorizar durante la audición22.
Parroquia de San Lorenzo de Pamplona
No faltan sin embargo ejemplos en sentido contrario. Al término de un concierto ofrecido por Echeveste en el órgano de San Lorenzo de Pamplona en diciembre de 1936 el público que llenaba el templo -entre el que se encontraba el obispo- “aplaudió con enorme entusiasmo”23. Algo parecido aconteció en otro concierto celebrado en el mismo lugar el 8 de junio de 1940:
Los aplausos que al principio sonaron temerosos por respeto al templo, explotaron a la terminación recios y vibrantes, nutridos y fervorosos, en homenaje de gratitud admirativa a tan feliz ejecutante, quien hubo de regalar finalmente una página de Beethoven como obligada propina24.
Como detalle curioso es de señalar lo ocurrido en abril de 1937 en Sevilla. Según cuenta Norberto Almandoz, el cardenal Ilundáin se había mostrado en principio muy reticente a la hora de autorizar la celebración de Unos conciertos de órgano en la catedral a cargo de Miguel Echeveste. Finalmente accedió y los conciertos tuvieron lugar. El público, tal y como era costumbre, guardó silencio al terminar la interpretación siendo el mismo cardenal quien, entusiasmado, inició los aplausos25.
Se presenta aquí de modo ampliado la información publicada por primera vez en el artículo “La recepción de Miguel Echeveste Arrieta (1893-1962) como concertista de órgano”, Príncipe de Viana, 271 (2018).↩
“Celesta”: “Un organista y una audición”, Diario de Navarra, 12-IX-1917, p. 1.↩
“Celesta”: “Un organista y una audición”, Diario de Navarra, 12-IX-1917, p. 1.↩
Almandoz, Norberto: “In memoriam. Miguel Echeveste”, ABC, edición de Andalucía, 28-I-1962, p. 72.↩
Arana Martija, José Antonio: Bernardo Gabiola, Bilbao, Caja de Ahorros Vizcaína, 1980, p. 33.↩
Cfr. Alonso Fernández, María Ángeles: El órgano en la generación del Motu Proprio (1903-1954), tesis doctoral, Universidad de Oviedo, 2002, p. 8.↩
Ibíd., p. 138-39; 154-155.↩
“J. G.”: “El organista Echeveste, en la Sociedad Nacional”, La Jornada, 29-V-1919, p. 6.↩
Salazar, Adolfo: “Recital de órgano en la Sociedad Nacional”, El Sol, 20-V-1919, p. 2.↩
Ibíd.↩
Ibíd.↩
Salazar, Adolfo: “La música de órgano y la Sociedad Nacional”, El Sol, 23-XI-1919, p. 4.↩
Ibíd.↩
Ibíd.↩
Castell, Ángel Mª: “Anales de una semana”, Blanco y Negro, 25-V-1919, p. 11.↩
Castell, Ángel Mª: “Apuntes de una semana”, Blanco y Negro, 23-XI-1919, p. 12-13.↩
“Miguel Echeveste en Burgos. Crítica de su concierto en la Iglesia de la Merced.”, Diario de Navarra, 3-XII-1936, p. 3, recogiendo una crónica firmada por “L.” publicada previamente en El Castellano.↩
Ibíd.↩
“Uno”: “Un gran concierto de piano” (sic), Diario de Navarra, 18-IX-1934, p. 1.↩
Sáinz de la Maza, Regino: “Echeveste y sus conciertos de órgano”, ABC, 22-IV-1943, p. 15.↩
“Los críticos y el concierto de Echeveste”, Diario de Navarra, 20-V-1936, p. 3, recogiendo lo publicado previamente en El Día de San Sebastián.↩
“El concierto de Echeveste en Bayona”, Diario de Navarra, 13-VIII-1935, p.4, recogiendo lo publicado previamente en Le Courrier.↩
“Eusebius”: “Un gran éxito de Echeveste”, Diario de Navarra, 22-XII-1936, p. 1.↩
“Barón”: “Miguel Echeveste obtuvo anoche un éxito resonante”, Diario de Navarra, 9-VI-1940, p.1.↩
Almandoz, Norberto: “In memoriam. Miguel Echeveste”, ABC, edición de Andalucía, 28-I-1962, p. 72.↩