Claustro del Monasterio de Santo Domingo de Silos

Claustro del monasterio de Silos
Foto: © José Luis Filpo Cabana / CC BY-SA

Como en todas partes, también en España el siglo XIX recibe la tradición ininterrumpida del canto llano. Estas antiquísimas melodías, naturalmente, habían experimentado notables modificaciones con el curso del tiempo, tanto en el modo de su interpretación como en la propia materialidad de su representación gráfica en los cantorales. Esta tradición “viva” tuvo una de sus últimas manifestaciones impresas en 1868, con la publicación del Método de canto llano y figurado de Román Jimeno1.

Un momento decisivo llega en 1880, cuando monjes benedictinos de la congregación de Solesmes repueblan el monasterio de Santo Domingo de Silos e introducen allí el canto gregoriano conforme a la restauración operada en ese monasterio. Al parecer, el canto gregoriano restaurado también entró en España por otras vías, según se desprende del testimonio de Federico Olmeda, quien afirmaba haberlo conocido a través de los Agustinos Asuncionistas2.

Sobre la cuestión de la restauración gregoriana, y al igual que en el ámbito internacional, también en España se habían formado dos corrientes de opinión. Una de ellas se mostraba escéptica respecto a las novedades llegadas desde Solesmes. Dentro de este sector algunos desconfiaban de que los antiguos manuscritos pudiesen ser realmente descifrados tal y como pretendían los benedictinos. Este era el caso de Francisco Asenjo Barbieri, quien no obstante reconocía la mayor riqueza y sutileza que se adivinaba en tales manuscritos, respecto a los cantorales entonces en uso.

Francisco Asenjo Barbieri (1823-1894)

La opinión contraria sí aceptaba los frutos de la labor musicológica de Solesmes. Entre estos últimos destacaba Eustoquio de Uriarte, monje agustino de El Escorial, quien se había convertido en un ardoroso defensor del gregoriano solesmense a raíz de su participación en el congreso de canto gregoriano celebrado en Arezzo en 18823. Uriarte fue uno de los escasos suscriptores españoles de la Paléographie musicale que Solesmes empezó a publicar en 1889, dando a conocer los más antiguos manuscritos encontrados. Los restantes suscriptores en España eran el famoso crítico José María Esperanza y Sola, Dom Ildefonso Guépin (prior de Silos), y José Fernández Valderrama (profesor del Conservatorio de Madrid)4.

El criterio de Eustoquio de Uriarte acabó prevaleciendo en el I Congreso Católico Nacional de 1889, que dispuso “sustituir el canto llano que hoy está en uso por el canto gregoriano”, recomendando “escribir un método que llene cumplidamente los deseos de todos”. En cumplimiento de ello, Eustoquio de Uriarte publicó en 1891 su Tratado teórico-práctico de canto gregoriano, basado en Les mélodies grégoriennes d'après la tradition de Pothier5.

A pesar del éxito en los foros especializados, como el que acaba de citarse, las figuras que apoyaron la aplicación gregoriana de Solesmes eran sólo voces más bien aisladas en un contexto fuertemente arraigado en el tipo canto llano acostumbrado6.

En los momentos inmediatamente posteriores al motu proprio se mantuvieron algunas discusiones públicas al respecto de la restauración gregoriana. En 1905 Luciano Serrano, monje de Silos y futuro abad del monasterio, publicó en Barcelona un escrito con el título ¿Qué es canto gregoriano? Su naturaleza e historia, refutando algunas teorías de Federico Olmeda, a la sazón maestro de capilla de la catedral de Burgos. El escrito de Serrano fue contestado no solo por Olmeda, sino también por Fidel Serrano y Aguado, maestro de capilla de la catedral de Toledo7. Ese mismo año de 1905 fue publicado en Montserrat el Método completo de gregoriano según la escuela de Solesmes de Dom Gregorio Suñol, monje del monasterio. Suñol se adhería a la línea de Mocquereau8, quien, como se ha recordado anteriormente, se estaba distanciando de Pothier en lo referente a la interpretación y codificación del ritmo gregoriano.

Olmeda tenía una opinión en general favorable al gregoriano de Solesmes. En 1896 publicó en la imprenta del Diario de Burgos su Discurso sobre la orquesta religiosa, afirmando del gregoriano que es "el género de música que hasta la fecha mejor se adapta a las funciones religiosas"9. Se adhería especialmente a los criterios de Dom Pothier, aunque no dejó de manifestarse irónico respecto al entusiasmo desmedido que percibía en sus seguidores, tildándolo de capitán general de la milicia benedictina de Solesmes10. Olmeda afirmaba que, para cuando conoció la labor de Solesmes, "hacía cuatro años que había estudiado ya el canto llano con todas las alteraciones y corrupciones con que se practicaba en España y en todas las naciones"11. Eso sí, se manifestó en contra de mantener la notación cuadrada para el canto gregoriano restaurado, y defendió la utilidad de la notación moderna usual12.

Federico Olmeda hacia 1904

La fuerza normativa del motu proprio de Pío X abrió muchas puertas al estilo gregoriano de Solesmes, que fue percibido -más o menos fundamentadamente- como parte constitutiva y vinculante del motu proprio. El resultado fue que las opiniones contrarias a Solesmes desaparecieron o quedaron reducidas a la irrelevancia. Quedó en su lugar la querella intra-monástica entre los seguidores de Dom Pothier y los de Dom Mocquereau. Silos se adhirió a Pothier hasta 1944, año del fallecimiento del P. Luciano Serrano, mientras que Mocquereau contó entre sus valedores cispirenaicos al P. Suñol de Montserrat, como se ha dicho antes. Finalmente acabó imponiéndose en todas partes el sistema rítmico de Mocquereau.

Naturalmente, los principales focos de difusión del gregoriano restaurado en España fueron los monasterios benedictinos, la orden monástica de Solesmes. En Silos, monasterio estrechamente emparentado con la abadía francesa, desempeñó un importante papel a comienzos del s. XX el P. Casiano Rojo, quien publicó en 1906 en Valladolid su Método de canto gregoriano14. Por esos años otro foco gregoriano importante era el cenobio catalán de Besalú, donde, al igual que en Silos, se había restaurado la vida monástica después de décadas de abandono por causa de las desamortizaciones. Los monjes de Besalú llegaron a adquirir renombre también por los acompañamientos para órgano que publicaron de ciertas melodías gregorianas. Estos acompañamientos alcanzaron notable difusión, y a día de hoy se siguen encontrando en archivos parroquiales.

A partir del motu proprio se multiplicaron las actividades de divulgación del gregoriano. A ello contribuyeron las exhortaciones formuladas por los sucesivos congresos nacionales de música sagrada. Además del florecimiento del gregoriano en los seminarios diocesanos y de las diversas órdenes religiosas, cuyo fuerte impulso llegó hasta las vísperas del concilio Vaticano II, son dignos de atención los esfuerzos para su divulgación popular.

Por otra parte, los nuevos cancioneros populares religiosos que se divulgaron en los años posteriores al motu proprio solían incluir las melodías gregorianas más utilizadas, transcritas en notación moderna. De esta época data la popularización de melodías como la Missa VIII de Angelis, la sustitución de la Salve gregoriana por la versión in cantu simplici que incluso a día de hoy sigue siendo mas popular, así como el reemplazo de venerables vestigios de la antigua música litúrgica hispana como el Pange Lingua -que tantas composiciones polifónicas y organísticas había inspirado- por sus correspondientes romanos.


  1. Fernández de la Cuesta, Ismael: “La reforma del canto gregoriano en el entorno del motu proprio de Pío X”, Revista de Musicología, XXVII/1, 2004, p. 60.

  2. Fernández de la Cuesta, Ismael: “La reforma...”, op. cit., p. 61.

  3. Nagore Ferrer, María: “Tradición y renovación en el movimiento de reforma de la música religiosa anterior al Motu Proprio”, Revista de Musicología, XXVII/1, 2004, p. 214.

  4. Asensio Palacios, Juan Carlos: “La recepción del motu proprio en España: Federico Olmeda y su opúsculo Pío X y el canto romano”, Revista de Musicología, XXVII/1, 2004, p. 84.

  5. Fernández de la Cuesta, Ismael: “La reforma...”, op. cit., pp. 43-75.

  6. Asensio Palacios, Juan Carlos: “La recepción...”, op. cit., p. 78.

  7. Fernández de la Cuesta, Ismael: “La reforma...”, op. cit., p. 65.

  8. Fernández de la Cuesta, Ismael: “La reforma...”, op. cit., p. 64.

  9. Fernández de la Cuesta, Ismael: “La reforma...”, op. cit., p. 66.

  10. Fernández de la Cuesta, Ismael: “La reforma...”, op. cit., p. 66.

  11. Asensio Palacios, Juan Carlos: “La recepción...”, op. cit., p. 80.

  12. Palacios Garoz, Miguel Ángel: Federico Olmeda, un maestro de capilla atípico, Burgos, Instituto Municipal de Cultura, 2003, pp. 168-169.

  13. Fernández de la Cuesta, Ismael: “La reforma...”, op. cit., p. 63.

  14. Fernández de la Cuesta, Ismael: “La reforma del canto gregoriano en el entorno del motu proprio de Pío X”, op. cit., p. 60.


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