Después de haber abordado en los artículos anteriores los aspectos generales del movimiento de restauración de la música religiosa, nos acercaremos ahora al que sin duda fue uno de sus capítulos esenciales: el deseo de restaurar el canto gregoriano conforme a los códices más antiguos conservados.

Retomando un criterio constante que se había repetido en documentos eclesiásticos de diversas épocas, el canto gregoriano volvió a ser valorado en el s. XIX como expresión musical propia y principal de la Iglesia Católica en su rito romano. Ahora bien, el modo en que tal renovada atención hacia el gregoriano se manifestó en este momento histórico fue diferente de lo que había ocurrido en etapas anteriores, como por ejemplo tras el concilio tridentino. En esta ocasión existía la protomusicología positivista del romanticismo avanzado, que mostraba una fuerte inclinación hacia el estudio del pasado.

Prosper Guéranger (1805-1875)

La restauración del canto gregoriano está muy vinculada al proyecto restaurador general de Prosper Guéranger. Este presbítero secular, al reiniciar en 1833, entre grandes obstáculos, la vida monástica benedictina en Solesmes, buscaba retomar la tradición anterior del catolicismo en Francia. Este pasado, cuyo rastro podía hallarse en la alianza del reino franco con la sede romana, se consideraba interrumpido desde el siglo XVII por el galicanismo en lo litúrgico, el jansenismo en lo teológico-espiritual, y la sumisión de la Iglesia a la monarquía francesa en lo canónico-político. Frente a esta situación en Francia se desarrolló una corriente, llamada también ultramontana, que buscaba la libertad de la Iglesia a través de un acercamiento mayor a Roma y al Papa. Por todo lo cual la recuperación de la liturgia romana estaba en el núcleo del proyecto de Guéranger, y con ella el canto litúrgico propio del rito romano, el gregoriano. Animados por este espíritu, en 1856 los monjes de Solesmes empezaron a estudiar e investigar acerca de este último1.

En el inicio de los estudios gregorianos son importantes también las fechas de 1847, cuando se descubre un manuscrito de doble notación que permite descifrar los neumas primitivos; y de 1851, en que se realiza el facsímil del famoso manuscrito 359 del monasterio de San Galo. Ese mismo año es publicado el Graduale romanum complectens missas, que recoge la tradición de las diócesis de Reims y Cambrai2. El interés y estudio del gregoriano no era exclusivo de los benedictinos de Solesmes. También se ocupan de ello en Alemania investigadores como Haberl, y en el área francófona trabajan Fétis, Danjou, Lambillotte, Nisard y Coussemaker.

Con el paso del tiempo el canto litúrgico romano había experimentado ciertas modificaciones en las diferentes tradiciones locales. Los papas Gregorio XVI y Pío IX querían unificar el canto llano basándose en la llamada edición medicea de 1614, lo cual contaba con el apoyo del editor Pustet, de Ratisbona. Pustet consiguió en 1871 que Roma le concediese un contrato de exclusividad en la edición del canto llano, aunque el papa no llegó a imponer oficialmente tal edición. Fruto de tal contrato, en ese mismo año de 1871 Pustet publicó el Graduale Romanum, preparado por Haberl.

Mientras tanto en Solesmes los benedictinos seguían su trabajo. Guéranger había elegido para ello a Paul Jausions y a Joseph Pothier3. Este último en 1865 había empezado a redactar Les mélodies grégoriennes d'après la tradition, que sale a la luz pública en 1880. En esta obra Pothier critica el modo interpretar el canto llano en la época, con ritmo lento y notas de igual duración. Decía que se parecía a cuando los niños deletrean en el colegio las palabras. En suma, era un modo de canto que tendía a pensar más en las sílabas que en las palabras, y menos aún en las frases. Por contra, los reformadores querían recuperar la dicción del texto fluida y expresiva que se recoge en los primitivos códices.

Inicio del gradual Tu es Deus en el códice 359 del Cantatorium de San Galo (Suiza).

El avance en las investigaciones desencadenó un interesante debate entre dos posturas. Por una parte estaban quienes, de acuerdo con Solesmes, consideraban posible y deseable una vuelta a los orígenes a través del estudio musicológico de los primitivos códices. Por otra, quienes consideraban esta búsqueda una quimera no sólo imposible sino indeseable, por cuanto suponía el abandono de la realidad del canto llano del siglo XIX, que no dejaba de ser un testimonio vivo de la evolución tradicional4. Ambas posturas tuvieron ocasión de enfrentarse en varios congresos promovidos por el papa León XIII: el de Aiguebelle 1879, el de Arezzo en 1882 y el de Roma en 1891.

En principio el trabajo de los monjes solo era llevado a la práctica litúrgica en sus propios monasterios, mientras el resto de las iglesias continuaba utilizando los libros editados por Pustet de Ratisbona, lo cual fue recomendado en 1894 por el decreto Quod Sanctus Augustinus5. Entre tanto los monjes iban divulgando su canto restaurado. A ello contribuyeron también las fundaciones de nuevos monasterios que fueron efectuando en otros países, motivados a veces por sucesivos decretos franceses de expulsión.

En el momento de la promulgación del motu proprio de Pío X, el gregoriano solesmense había alcanzado una relevancia más que notable. Como consecuencia, Solesmes se convierte en el centro de referencia para la edición de los nuevos libros oficiales. En la comisión de expertos nombrada al efecto por la Santa Sede se reproducen las discrepancias anteriores, aunque con matices nuevos. La postura favorable a la tradición más reciente era sostenida por Peter Wagner, autor de unos acompañamientos gregorianos muy divulgados y utilizados durante la primera mitad del s. XX, y Dom Pothier, quien desde 1893 se había trasladado desde Solesmes a otros monasterios de la congregación. La postura de Solesmes, favorable al retorno a las fuentes más antiguas, era encabezada ahora por Dom Mocquereau.

Una de las discrepancias más relevantes fue la del ritmo. Dom Pothier defendía una libertad genérica de interpretación que simplemente buscase la fluidez a partir del ritmo oratorio. Enfrente estaba Mocquereau, quien, desde la perspectiva más científica que le otorgaba su formación de músico profesional, deseaba formular un sistema más preciso del ritmo. Entre 1908 y 1927 Mocquereau elaboró Le nombre musical grégorien, que se acabó constituyéndose en la norma de interpretación hasta que, después del concilio Vaticano II, adquirió notable relevancia la semiología de Dom Cardine.

Más complejo resultaba el tema de la notación empleada en los libros oficiales. Voces del mundo germánico abogaban por el mensuralismo, de modo que las figuras usadas tuvieran duraciones proporcionales. Este era el caso Peter Wagner, Hugo Riemann o Antoine Deschvrens. Dom Pothier, como se ha dicho antes, prefería la libertad de un ritmo oratorio natural. Mocquereau, por su parte, abogaba por una notación más completa que recogiese las particularidades del ritmo gregoriano mediante signos especiales7.

En 1908 salió a la luz la primera edición del Graduale Romanum, en la que se adoptó la notación propuesta por Pothier con algunos añadidos de Mocquereau. Posteriormente Solesmes recibió el encargo de controlar por completo las ediciones sucesivas. De ahí que los signos rítmicos de Mocquereau se hicieran habituales en los libros oficiales posteriores.

En el aspecto práctico, la restauración del canto gregoriano se concretó en ciertas modificaciones en las melodías, pero sobre todo en el modo de cantarlas. La escuela de Solesmes propugnaba una interpretación más ligera y con tonos más agudos, frente al canto llano anterior, que privilegiaba las voces graves y los tiempos lentos.

En el próximo artículo trataremos de cómo todo este apasionante proceso fue vivido y aplicado en España.


  1. Combe, Pierre: Histoire de la restauration du Chant Grégorien d'après des documents inédits, Solesmes, 1969, p. 15.

  2. Asensio, Juan Carlos: El canto gregoriano, Madrid, Alianza, 2003, p. 128.

  3. Asensio, Juan Carlos: El canto gregoriano, op. cit., p. 128.

  4. Fernández de la Cuesta, Ismael: “La reforma del canto gregoriano en el entorno del motu proprio de Pío X”, Revista de Musicología, XXVII/1, 2004, p. 56.

  5. Asensio, Juan Carlos: El canto gregoriano, op. cit., p. 131.

  6. Asensio, Juan Carlos: El canto gregoriano, op. cit., p. 133.


Comparte el artículo en las redes sociales


No tiene derecho a escribir un comentario